viernes, 25 de marzo de 2011

En el Pistilo del Mundo

En la punta del mundo humano, donde más alto debiera pisar un mortal, se le ha gritado al viento un deseo y un llanto, se le ha cantado a la brisa la visión de una noche jamás vista... Esa tarde, la imperiosa y solemne cualidad de las corrientes con la lluvia, ha limpiado las faldas de las sierras. Sé que se llevarán consigo todo aquello que ha disecado a la vida de los que en esa cima anhelen y amen...

Nada es real allí porque en un instante todo pareciera carente a realizarse, es como un sueño y sólo la voluntad define lo que ahí es presente. Por eso ahí tu no existes. Nadie existe.

En el pistilo del la flor del mundo se conglomeran caprichos y deseos que sólo una vez en la vida se conjuran. Allí, un día después del inicio del verano, los vientos llegan y soplan para renovar los pactos que cada año se renuevan con la tierra. Con besos, caricias y orgasmos, tanto el cielo como la tierra conviven y copulan. Sus hijos, los que habitamos el mundo, veneramos con grandes esperanzas la época venidera. Sólo en ese momento y en ese lugar se generan las esperanzas como el viento que acontece. Las oportunidades que rigen nuestros actos podrán ser fuertes y estridentes, a veces nos impedirán hablar con el otro, otras veces, nos obligarán a decir cosas idiotas, o sabias. En cualquier caso, los mortales en ese sitio nos ubicamos con la grandeza del lugar. Lloramos en nuestras almas pidiendo más perdón, mejor suerte, míticas experiencias dignas de ser recordadas por nuestros predecesores.

En el pistilo del mundo, se puede tocar el cielo las nubes y la tierra. También se puede sentir la insignificancia personal ante el universo, como cuando se conoce al mar. Allí, se pierde el ego y se evoca al estruendo de los rayos lejanos, tan imponentes y cercanos, que pensaremos que alguno de ellos terminará por tocarnos. En ese lugar, la ignorancia de los actos se vuelve inocencia y uno puede pensar miles de cosas, pero afronta sin duda las primeras nubes del verano que se escurren por las faldas de los cerros hacia donde entonces nos encontramos...

Choca la nube con la tierra, con el pistilo del mundo, y en sus semillas de agua traerá la vida que ha sido tan anhelada en la región. Es tanta energía la que se encuentra entre el contacto de la tierra y el del cielo, que no podría más que haber orgasmos y rayos. Un sexo desenfrenado y lleno de energía que dará vida y muerte, movimiento... Y nosotros, a mitad de ese acto tan preciado, nos estamos escurriendo entre la tierra y afrontando al viento...

¿Qué le queda a todo humano mas que afrontar y recibir las nubes en el pistilo del mundo?
¿Que nos resta, mas que sentir en todo eso la solemnidad de tanta energía? Nada.

En el pistilo del universo, tu no existes, nadie existe, todos somos el viento y la tierra, los susurros que anuncian volverse gritos y relámpagos, caricias y rasguños, como los vientos que soplan, los orgasmos, la vida.

¿Qué nos queda a nosotros, que lo hemos vivido? Una experiencia vivida, y la vida para poder contarlo, si es que el cielo nos lo permite...

La Sacerdotisa de Jade



Sola y amargada, sabia y serena. Eterna. Así bajaba con cada paso las escaleras de la pirámide construída en su honor y representando a su madre primigenia. En sus delicadas pisadas dejaba ver sus pies por los pequeños huecos que sus sandalias tejidas mostraban. Su cara estaba cubierta por una máscara de jade con orificios para sus ojos y su nariz. Los labios eran de rubíes colocados con mucho cuidado, y en las puntas de sus carrillos se encontraban ocho perlas aglutinadas de tal forma que daban la impresión de ser la punta de sus mejillas. Su traje era liso y largo, como un lienzo que se mostraba casi transparente y de un color verde que dejaba ver su hermoso cuerpo de oscura, tersa, y firme piel. Y su pelo largo casi hasta los pies, como una cascada de oquedad, igual de negro y profundo que su mirada. ¿Y a quienes miraba?

La sacerdotisa de jade bajaba con su máscara y su lienzo. A cada paso daba una bendición a quienes le rendían culto y una maldición a quienes abusaban de su hechizo. Las danzas de quienes la esperaban, se escuchaban en todo el pequeño valle. Y ella, con su misteriosa cara y en la profundidad de sus ojos, permanecía en un trance tal que cada paso era un milagro. En la cima de la pirámide, el fuego era inmenso y provocado por el viento, una llama tal que desde lejos parecía un faro que iluminaba la región, y en la base, el rito comenzaba con el sonido estrepitoso del crujir de las ascuas.

En la piedra especialmente labrada, yacía un joven, que al igual que ella, portaba una máscara. La diferencia yacía en el material que, en el caso del mozuelo, era un tejido y le cubría toda la cabeza. El rizado cabello del joven, que había sido largo durante un tiempo ya, era cortado, por los asistentes de la sacerdotiza. Desnudo y sosegado, con un taparrabos y con un charco de sudor y lágrimas, el joven se resignaba a contemplar el cielo con su luna y los dioses de los astros.

Asdlo Ag-Lumen




Un guerrero ha sido invocado en el año de las sombras, resguardado bajo el sello de la tormenta y en la veintena en la que se venera al hikuri. En su pecho está el hueco que le ha dejado el sacrificio de su corazón en el pedernal, requisito imprescindible para bajar al inframundo. Su cuerpo modificado le da el poder allí, lo levanta en un segundo, tercero, cuarto... lo levanta en un nuevo renacer que le permite seguir caminando. De su frente, en un pequeño orificio, se ve una luz tenue, luz que se le ha dado por regresar al mundo de los vivos. Al parecer hay como un lunar en su cráneo, disimulado por los pelos blancos que tiene en la zona. Todo su rostro está quemado, pero reconstruido por el tiempo y la experiencia. En su torso, una cicatriz a la altura del hígado le recuerda la perdida de un apego hacia el mundo material. Es de frío corazón. Ahora, el guerrero Asdlo Ag-Lumen ha sido invocado.

Gambiche, el sumo sacerdote, lo conjura. Ha sacrificado un cisne, un gato, un zorro y a una puta, ha comido 13 peyotes y ha conjurado maldiciones correspondientes a los tiranos de ese día. La noche, en la que se levanta el antes cuerpo decapitado, es de luna llena, nublada y con truenos secos a lo largo y ancho del desierto. Todo es ruido menos el pequeño cuadro de tierra que le rodea. El conjuro, así como el conjurado, resultan un misterio escrupuloso y parcial. Gambiche, acompañado por sus guías (el Xoloscuincle, el Quetzal y el Pajaro Muan), penetran en los sueños de los antiguos pobladores para robar recuerdos de actos que jamás serán mencionados nuevamente. Y así, con pequeñas apariciones, guía al guerrero entre la oscura penumbra hasta llegar a ese sitio, conocido por los pobladores de toda la región como un lugar en el que el inframundo y el mundo de los vivos tienen un mismo sitio.

A lo lejos, las pisadas de un lobo se escuchan como un galope de mil uayebs. El viento sopla tan fuerte, que el harapo del sumo sacerdote casi ha volado. Gambiche se incorpora y ve de frente la trémula mirada con sus ojos brillantes, ojos humanos pero que con la noche adquieren la nostalgia del desconsuelo, que en su brillo (el de la mirada de un niño) se encuentra encerrado al que ha invocado. Nahual o humano, el guerrero ha llegado hasta Gambiche, y él, le pedirá lo que tenga que pedirle, y Asdlo decidirá que pasos tomar, que actos seguir. Pero el destino está escrito, y ambos lo saben. Él, como el guerrero, Gambiche como el sumo sacerdote.

La temporada de lluvias se acerca, y la hostilidad de las noches que ocultan con nubes a la luna es bastante estridente. Sólo en ese lugar, en el que el mundo de los vivos une al mundo de los no vivos, las nubes respetan el brillo de la media noche. Allí, el destino ha forjado una nueva llama, un nuevo pacto.

Las pisadas en el desierto se escuchan cada vez más lejos, y en el lugar del rito, solo queda un saco de huesos humeando, el cadáver de una puta calcinado y cuatro piedras ordenadas hacia los puntos cardinales. El quetzal volando hacia la luna y un búho hacia el norte. El xoloscuincle se ha acomodado bajo el zarape arapiento y a lo lejos el amanecer aparece.