domingo, 8 de abril de 2012

El rito de Otoño


La luna, como un faro de infinito resplandor, como el sol pero de luz fría, iluminaba ese rito entre humo y cenizas. Cada cráneo estaba colocado en el altar de tal manera que, vistos desde arriba, formaban una espiral en cuyo centro se encontraba un danzante. Su piel era morena, con un color oscuro como el de un mulato. El lugar era una playa en la que los riscos fungían de gradas, y los cantos eran proporcionados por un sólo sonido de mil voces en trance. De vez en cuando, los silencios entre estrofas permitían que en lo profundo de la selva se oyeran los cantos de aves exóticas, como excitadas por los sonidos de la costa apartada. Y era la luna la que, entre nubes de verano, se ocultaba de vez en vez.

Y en el centro, el danzante había parado y caía agotado en el piso. Sudando sangre, convulcionando y alucinando, soltando espuma blanca que con la arena se mezclaba en sangre y sudor.

De los cuatro extremos cardinales al centro de la ofrenda, cuatro hombres, propiamente vestidos, caminaron en silencio, despacio, descalzos y con sus batones blancos y lisos, arrastrados sobre la superficie con piedra labrada.
Y en el pedernal con desnivel, yacía el danzante inconsciente, ahora calmado, al parecer habría dejado de respirar.

La espiral que marcaban los cráneos no era más que un zurco proveniente de los cuatro puntos cardinales al centro, así que los hombres se hundían en agua, que en esa noche reflejaba el polvo de cuarzo en el zurco acanalado en el que caminaban. Era casi llegando al centro, que sus vestimentas terminaban mojadas por las aguas estancadas de ese malecón, peculiar y perturbador, a mitad de esa playa en forma de media luna.

Otras voces en lo profundo de la selva aledaña reían como burlándose del rito. Las risas tan perturbadoras como la noche, las almas tan oscuras como el infinito reflejado en la obsidiana de las cuatro cuchillas que en sus manos alzaban. Y los cantos, callados y aletargados como el chocar de las olas con la playa. El danzante yacía amarrado, y su vida, un sacrificio imposible de postergar.

No hay comentarios.: