miércoles, 14 de noviembre de 2012

La masacre del templo de jade

Y los misterios encantan con un canto a quienes en sus sortilegios aletargantes caen, pues son estos de los primeros hechizos que usa quien viste la máscara de jade. Sin nombre y sin recuerdos, como un maniquí de dioses morbosos, la gran señora recita entre sueños y en un profundo bagaje de conciencia. Cae enseguida el primero de los mil soldados, y caerán y caerán, como moscas envenenadas que se aproximan sin suerte al cuarto de aquella posesión indecorosa. Y como los cantos atraviesan las paredes, los ingenuos asaltantes tapan con sus cuerpos las entradas de todo aquel matadero de bastardos.
Ese es el destino de quien desafía poderes primigenios. Su cobardía es como la de quien mata sin razón natural y por bajos instintos, sin fe y en desconsuelo. Es pecado usar la corrupción y la ambición para provocar el sufrimiento. Es peor desafiar el poder de quien le ha dado lo humano a lo humano. Si es error de decisión, por ignorancia o necesidad, quien ejecuta a monjes y niños inoscentes está destinado a la muerte. Pero es igual y más culpable quien manipula sociedades con su influencia humana y maquiavélica para cometer esos crímenes. Sólo que al ser tan grave su delito, es también más ajeno a la pureza de los seres de la más pura orbe.
Y así, mil soldados desaparecen en una neblina misteriosa. Y así, mil familias llorarán desesperadas sin saber la suerte de aquella armada. Así la imagen de alguien quién defiende en legítima defensa de lo sacro, quedará maldita por un pueblo, negada de contacto, odiada y reprochada por sus actos.  Y así, en el encanto más mortífero, deambularan por el templo encantado y eterno mil muertos sin paradero, mil almas inocentes de caprichos de humanos y seres divinos. Así, aunque el cometido del gran gobernante ha sido frustrado, también lo han sido las vidas, absurdamente desperdiciadas, dejando a un pueblo indefenso y a la merced de los bárbaros, de quienes no entran en el juicio de los dioses y tienen su alma destinada a un sufrir sin descripción ni consuelo, pero que en vida se dedican a lo atroz.
El orden de lo natural en ese valle se tornará húmedo y en neblina, aunque seco y fatigante, fragante a muerte y garante de mantener un orden ahi. La sacerdotisa saldrá de ese templo y uno a uno, los mil cuerpos serán enterrados y venerados. Así en tres años, quizás cuatro, el templo será nuevamente despejado, y de la flota ahí masacrada, nacerá un nuevo orden que en venganza alzará un imperio.

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